Insurrecto

La insurrección no es más que la sana rebeldía de esperarte entre las esquinas enmarañadas de mi alma, entre el polvo y el tiempo de una ciudad dormida.

No tienes nombre propio, aunque tu sentido universal y significado intrínseco es pronunciado por los soñadores en todas las lenguas, en todos los dialectos, y como un murmullo a voces suaves se esparce como el roció en la mañana, de boca a boca. De piel a piel.

Vivís en tantos labios, te paseas entre tantas pieles, recorres la luz y la noche como un espectro placido y reconfortante, te presentas en el refractado brillo de la luna en el momento donde los enamorados la contemplan. 

Siempre fui un poco inquieto, algo insurrecto.

Vos en cambio, pareces etérea, justa y benevolente, y tienes la bendita habilidad de cambiar de rostros, de voz y de gestos, y yo como siempre fui un soñador empedernido en encontrar utopías me abstengo de salvarme, no me permito quedar al borde del camino, entre las hojas caídas, entre las florecidas ramas de los lapachos de agosto.

Ella va con su sonrisa tan insospechable, va caminando entre las irregulares veredas de Asunción sorteando las rayitas de las baldosas.

Sorteando amores insípidos y miedos no fundados, se ríe de todo, ella aligera su carga, va saltando entre escalones, va saltando entre fronteras, su casa es el mundo, y sus ojos no conocen limites terrestres, y en ellos no aplica la teoría de los colores.

Al parecer sus ojos son marrones, al parecer son negros, al parecer te encantan cuando te miran, al parecer, parecen tantas cosas, pero ninguna antes vista...

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